Friday, May 27, 2016

Tena, una ciudad entre la magia y el olvido



Debo admitir que con Tena no me une un amor a primera vista. Eso me ha sucedido con otras ciudades, San Francisco, California; Boise, Idaho; Albuquerque y Santa Fe, en Nuevo México, Nueva York... Tena es más como un sabor adquirido.

Soy ecuatoriano de nacimiento y re-nacimiento. Nací en este país, me ausenté por un cuarto de siglo y volví a re-aprender el complicado y difícil arte de vivir en el Ecuador. Mi camino de regreso me condujo a Tena, a trabajar en una universidad recién fundada, IKIAM, y a adaptarme a un clima y una geografía a todas luces extraña.

Nunca había estado en el oriente ecuatoriano y llegar a Tena era una verdadera incógnita. Me preguntaba antes de aceptar la oferta de trabajo: ¿será una buena idea?, ¿conseguiré adaptarme a un clima tropical probablemente extremo? ¿habrá suficiente civilización (internet, cable, cine, gimnasio, buena comida, calles asfaltadas, departamentos modernos, transporte público seguro)?

La primera vez que llegué a Tena, en agosto de 2014, mi impresión divagaba entre una decepción a medias y un moderado optimismo. Es difícil explicarlo. El clima no era tan extremo. Al mediodía el calor era excesivo, pero muy pocos establecimientos usaban aire acondicionado; pasada las seis de la tarde, la temperatura bajaba considerablemente; llegadas las 9 de la noche, era posible sentir un poco de frío. En los días de lluvia, la temperatura incluso al mediodía era agradable. Según los taxistas de la ciudad, en Tena llovía casi cada día. En conjunto, el clima parecía ser manejable, sobrevivible, y quizá, hasta disfrutable.

La ciudad era otra realidad. Aunque había uno que otro edificio moderno, la arquitectura era típica de un pueblo pequeño de provincia. Casas construidas más por su utilidad que por su carisma - multifamiliares en las que vivían 5 o más familias y unas pocas unifamiliares, en algunos casos por la pobreza de los dueños y en otros por la obvia comodidad económica de los propietarios, la diferencia entre los que querían y los que debían vivir solos.

No había un solo cine y esa era la medida del posible aburrimiento para el tipo urbano como yo. Había servicio de Internet, ni tan bueno, ni tan malo, había cable y HBO (Winter is coming!), había muchos restaurantes, pero no mucha variedad de comida, y las tiendas eran de una redundancia sorprendente. En la avenida 15 de noviembre es posible encontrar al menos 10 pizzerías, 20 almacenes de ropa y zapatos, 10 tiendas de celulares, panaderías, tiendas de víveres, papelerías, pero, con excepción de Tía, no hay nada que las destaque en particular.

El transporte era curiosamente abundante, muchos buses y un número excesivo de taxis.

Los bichos eran (y digo eran, ya no tanto después de 18 meses) uno de los aspectos más espantosos de Tena. Hay cucarachas que parecen dinosaurios en comparación con las que conocía en otras ciudades: enormes, horripilantes, algunas hasta voladoras; los geckos, un tipo de lagartija, se toman los rincones en todas las casas y locales comerciales de la ciudad; hormigas desde microscópicas hasta gigantescas para mi gusto (5 mm) que aparecen cada vez que hay algo que limpiar (dulces, comida, insectos muertos, o por el solo instinto de explorar que tienen).

Lo que resta decir en este blog introductorio es que después de acostumbrarse un poco e ir adquiriendo ese sabor curioso que es Tena, se la llega a querer, se llega a descubrir su magia, su auténtica originalidad, su fuerza, su TENA-cidad, y lo que es peor, el olvido en el que se la ha dejado por parte de las autoridades locales y nacionales. Estos temas los iré explorando más adelante.